30 DE ENERO NATALICIO DE JUAN ANTONIO PÉREZ BONALDE

Poeta venezolano considerado el mejor exponente del Romanticismo en su país. Tardíamente llegó el Romanticismo poético a Venezuela de la mano de Juan Antonio Pérez Bonalde, pero no hubiese podido escoger mejor guía que este poeta. Su vida estuvo marcada por la pobreza y el exilio, las penurias y los trabajos ingratos y la pérdida de seres queridos, pero nada de ello le impidió atesorar una cultura literaria sin parangón en la Venezuela de su época. Como los grandes románticos europeos, fue adicto al opio y a los viajes, reales e imaginarios. Tuvo la suerte de llegar tarde al Romanticismo, gracias a lo cual pudo ahorrarse los aspectos más declamatorios y altisonantes de este movimiento, y la desgracia de morir antes de ver confirmado el carácter anunciador y precursor de su poesía en la de los venezolanos que le sucedieron. Se ha dicho de él que, después de Andrés Bello, fue, en el siglo XIX, el poeta más alto y cosmopolita de la historia del país.

Pérez Bonalde era el noveno hijo de una familia de escasos recursos. Tanto su educación como su afición a la lectura se fraguaron en aquel hogar modesto. A los doce años sabía alemán y leía a los poetas románticos. Sus padres, Juan Antonio Pérez y Gregoria Bonalde, tuvieron que emigrar en 1863, cuando Venezuela se hallaba sumida en el caos de la Guerra Federal (1859-1863), la más larga contienda civil desde las guerras de Independencia. Durante los cinco años que duraron las exacciones de caudillos y montoneras y las epidemias de malaria y disentería que las acompañaban, perecieron en Venezuela (de cerca del millón ochocientos mil habitantes que contaba entonces el país) entre 150.000 y 200.000 venezolanos, es decir, del ocho al once por ciento de la población del país.

El joven Pérez Bonalde tenía quince años cuando conoció su primer exilio. Su padre era un liberal, y se le conminó a escoger entre el destierro o una muerte casi segura. Sin recursos, en la mayor pobreza, la numerosa familia fue a parar primero a Puerto Rico y después a Santo Tomás. Juan Antonio ayudaba a su familia dando clases de piano y haciendo de maestro de escuela. En 1864 regresó a Venezuela y colaboró con publicaciones liberales.

En 1870 se incorporó a una Sociedad Patriótica que asumió posturas críticas ante el nuevo gobierno autoritario del general Antonio Guzmán Blanco. Pérez Bonalde era ya conocido como poeta entre sus amigos, quienes lo incitaron a escribir una sátira contra el presidente. Esto bastó para que las autoridades lo expulsaran del país. Para hacerse una idea del clima imperante bajo el gobierno del «Americano Ilustrado», baste una conocida anécdota. En 1873, en un certamen literario cuyo tema impuesto era la exaltación de un genio de la ciencia, resultó vencedor el autor de un poema en el que se cantaban loas a Copérnico y que llevaba por título El poder de la idea. Pero como el desafortunado ganador había omitido mencionar en su panegírico al presidente de la República, éste ordenó que no se le hiciera efectivo el premio. «Que le cobre a Copérnico», fue su comentario, para que el poeta tuviera «una idea del poder».

Pérez Bonalde se estableció en Nueva York, donde trabajó para Lanman y Kemp-Barclay, una fábrica de perfumes. De 1870 a 1888 viajó incansablemente como agente comercial por diversos países de Hispanoamérica, Europa, Asia y Medio Oriente. Extraordinariamente dotado para el aprendizaje de lenguas, «hablaba con impresionante perfección el inglés, el alemán, el francés, el italiano y el portugués. Hasta el danés y el chino parece que llegó a entenderlos», según apunta Arturo Uslar Pietri. Pérez Bonalde fue el primer escritor venezolano verdaderamente cosmopolita, mezcla de Chateaubriand y de Heine del Caribe. En 1877 publicó su libro de poemas Estrofas, que incluye su más célebre composición, Vuelta a la patria, sin duda el poema lírico venezolano más importante del siglo XIX. Y fue en Ritmos donde, en 1880, recogió Poema del Niágara, un canto a la naturaleza en la mejor tradición romántica.

En 1883 vivió su más honda tragedia personal con la muerte de su única hija, Flor, suceso que le inspiró otra de sus notables composiciones y la decisión de no volver a publicar su poesía. De regreso al país en 1889, tras la muerte de su madre, recibió el homenaje del mundo intelectual. Una muerte súbita lo sorprendió antes de que pudiera encargarse de una misión diplomática que le había sido encomendada. Su salud se había resentido gravemente tras años de privaciones, tragedias familiares y vida trashumante.

Conviene destacar su obra como traductor, al menos tan importante como su producción poética. Además de sonetos de Shakespeare, son especialmente notables sus versiones de El cancionero de Heinrich Heine (1885) y del poema El cuervo, de Edgar Allan Poe (1887), la primera en lengua castellana. Del prólogo que escribió a su traducción de Heine opinaba Menéndez Pelayo que es «el monumento más insigne que hasta ahora han dedicado las letras castellanas al último gran poeta que hemos alcanzado en nuestro siglo», y, de la versión misma, que representaba «uno de los libros de poesía castellana que más instinto poético demuestra, aun siendo trasladado de pensamientos ajenos». Entre los venezolanos, Jacinto Fombona Pachano veía en las traducciones de Pérez Bonalde más instinto innovador y audacia que en su propia poesía: «Fuera de un Gustavo Adolfo Bécquer, no recordamos otro alguno de los románticos que hubiese comprendido mejor, por ejemplo, el aliento extraño y renovador de la poesía nórdica».

No es exagerado considerar a Juan Antonio Pérez Bonalde como el más grande de los románticos venezolanos y el precursor de la moderna poesía venezolana. Su búsqueda y frecuente hallazgo de la precisión verbal permite descubrir en Pérez Bonalde a un poeta auténtico. Ésta es, precisamente, su más alta lección: decir más con menos en un tiempo donde abundaban el floripondio y la vaguedad retórica. Su obra poética, no muy extensa, lleva la impronta del romanticismo melancólico: nostalgia de lo perdido, culto a los muertos, crepuscularismo. Es un excelente lírico romántico de evocaciones nostálgicas, cuyos ecos lo acercan más al posromanticismo que al modernismo. Y su poesía influyó poderosamente en la lírica venezolana. Sus poemas más recordados son la elegía Flor (dedicada a su hija Flor, que murió siendo muy niña), Primavera, Poema del Niágara y Vuelta a la patria.

Expresión del dolor del desterrado que regresa a su país, donde le espera, desgraciadamente, la tumba de la madre muerta, Vuelta a la patria (1875) es a la vez un composición sobre el amor patrio y el amor filial, nutridos y fortalecidos en la ausencia. El poema fue escrito en el mar, mientras el barco que transportaba a Pérez Bonalde navegaba no hacia La Guaira, como podrían hacérnoslo creer algunas de sus referencias, sino hacia Puerto Cabello, donde lo acogieron parientes y amigos, ante los cuales leyó su composición. La pervivencia de este poema debe atribuirse a su calidad emotiva, a la sinceridad y a la profundidad del sentimiento expresado, al contenido tan humano que encierra, así como al don lírico y a la plasticidad de una expresión densa y matizada, cuyo ritmo externo se amolda maravillosamente al de la emoción.

Prensa CAVIM