16 DE JUNIO 1863 NATALICIO DE ARTURO MICHELENA

Pintor venezolano. Especializado en obras histórico-alegóricas, fue autor de cuadros emblemáticos en la cultura venezolana como Miranda en La Carraca (1896) y el más destacado exponente del romanticismo tardío junto a Cristóbal Rojas.

Arturo Michelena nació en Valencia el 16 de junio de 1863, año en que termina la guerra, triunfa la Revolución Federal (iniciada en 1859) y Juan Crisóstomo Falcón asume la presidencia de la República. Sobre aquel período más de guerras que de luces escribió Mariano Picón Salas: «para triunfar en Venezuela, y ello será prolongada norma hasta Tito Salas, era necesario saber pintar caballos al galope, cargas de lanceros y fusileros, uniformes, cañones, presillas«. Era hijo de Socorro Castillo Silva (quien era hija a su vez del pintor Pedro Castillo, retratista y autor de los murales de la casa de José Antonio Páez en Valencia) y del pintor Juan Antonio Michelena; este último se convierte en su principal maestro durante su infancia y juventud.

En 1874, a la edad de once años, hace su primer autorretrato, que deja muy impresionado al escritor costumbrista Francisco de Sales Pérez, quien se convirtió en su protector, lo eligió para hacer las ilustraciones de su libro Costumbres venezolanas y lo presentó en el círculo de amigos de Antonio Guzmán Blanco con la intención de que le dieran una beca de estudio para el exterior. Así funcionaba entonces la cultura en el país, con eternos gobiernos autocráticos y monocéfalos incapaces de crear estructuras culturales alternativas o de favorecer mecenazgos independientes.

La época del guzmancismo fue muy particular en ese sentido. Con Guzmán Blanco se crea una serie de instituciones sin base, servicios y símbolos que forman lo que se ha llamado «la religión de la patria»: el Conservatorio de las Bellas Artes, la Academia Venezolana de la Lengua, la estatua del Libertador en la plaza de Caracas que lleva su nombre, la línea telegráfica y telefónica Caracas – La Victoria, el «bolívar» como unidad monetaria, el Gloria al Bravo Pueblo como himno nacional, la edición de Venezuela heroica de Eduardo Blanco, etcétera. En su época, que prácticamente cubre de 1870 a 1888 (salvo un corto período), se inaugura el Panteón Nacional, al que se conducen los restos de Simón Bolívar (1876), y se conmemora el natalicio del Libertador en 1883, entre otros actos, con una gran exposición. En ella participa Michelena con La entrega de la bandera al batallón sin nombre, que obtiene la Medalla de Plata.

En los años anteriores se había entrenado en la Academia de Arte que dirigía junto a su padre, en Valencia, donde realizaban encargos diversos: desde copias de cuadros antiguos hasta retratos y dibujos, con una producción muy extensa. Ya con esta experiencia y la obtención de la medalla, el gobierno de Joaquín Crespo (1884-1886, mano derecha y continuador del guzmancismo) le promete una beca para estudiar en París, hacia donde parte el año 1885 en compañía de Martín Tovar y Tovar. En algunas de sus biografías no se suministran datos; en otras se asegura que esta beca nunca le llegó, por lo que tuvo que trabajar como dibujante y mantenerse con la ayuda de amigos.

Seguramente la situación en la que vivieron él y Rojas, compañeros de buhardilla parisina, fue bastante dura. Allí, en París, estudió en la Academia Julien (donde ya estaban Cristóbal Rojas y Emilio Boggio), en el taller de Jean-Paul Laurens, quien continuaba con éxito la tradición oficial de pintar ambiciosos cuadros históricos, académicos modelos de héroes mitificados en la memoria. Bien lejos de allí corría el impresionismo, esa bomba convulsa de la pintura de plein air de finales del siglo XIX francés. Únicamente el francovenezolano Emilio Boggio se unirá al incipiente grupo. Los otros lo verán, participarán a distancia de su irradiación, pero se mantendrán fieles al corsé académico, porque quizás «el imperativo económico de que no abundaban en Caracas los coleccionistas de arte y el más fiel comprador era el Estado, hacía para los jóvenes artistas que ese estilo solemne de pintar se les ofreciese como el más seguro vellocino», dedujo Picón Salas.

Michelena, empujado por Laurens, envía dos cuadros al Salón de Artistas Franceses de 1887, uno de los cuales, El niño enfermo, obtiene Medalla de Oro en Segunda Clase y el reconocimiento Hors concours, máxima distinción para un artista extranjero, lo que le permite en adelante participar automáticamente, sin requerir la aprobación del jurado. Entre 1885 y 1889 continúa pintando incansablemente y participando en los salones oficiales. Otro triunfo llega con el cuadro Carlota Corday, que obtiene Medalla de Oro en la Exposición Universal de París de 1889. Esta tela puede considerarse paradigmática en la producción de Michelena: es el primero de una serie de cuadros históricos que lo aleja de aquel realismo aburguesado de sus primeras obras, y en donde vemos también una evolución en el tema de la luz, que sale de los tonos claustrofóbicos de la penumbra de taller para encontrar más contraste, más claroscuro. Ese mismo año regresó a Venezuela, donde fue recibido con honores como el artista más laureado en el extranjero.

El éxito rápido, precoz, la ausencia de referencias locales dispares y la potente maquinaria de la cultura de fachada levantada por Guzmán Blanco paralizaron cualquier posibilidad de riesgo en el joven exitoso. Ese año de 1889, en el que fuera del margen oficial hace furor en Francia la ola impresionista, nacen en Venezuela tres personajes que asumirán el trabajo de ejercer rupturas estéticas y sociales en el ámbito de la cultura nacional: Teresa de la Parra, Armando Reverón y Leoncio Martínez, uno de los fundadores del Círculo de Bellas Artes de Caracas en 1912 y promotor de la pintura al aire libre, fuera del taller.

Michelena vive en Caracas, donde contrae matrimonio con Lastenia Tello Mendoza, con quien regresa enseguida a París. En las obras de este nuevo período parisino se percibe un trazo más fluido que acompaña al movimiento de las figuras y una utilización más dinámica y acertada del color; en ellas da la impresión de que hay algo que acaba de suceder y que genera en ese instante la pintura, no al revés, como en Pentesilea (1891) y La vara rota (1892). Por problemas de salud y una situación económica inestable, Michelena vuelve a Venezuela con un cuadro tuberculoso grave que determinará su temprana muerte.

El éxito a su llegada a Caracas es inmediato: rápidamente asumió su lugar de pintor oficial del Estado y la Iglesia y retratista de la sociedad, con una cantidad de encargos propiamente prodigiosa que le permitió instalar su propio taller, para el que eligió una casa en la esquina Urapal de La Pastora, donde actualmente se encuentra el museo que lleva su nombre. En 1893 su cuadro Pentesilea obtiene Medalla de Honor en la Gran Exposición Colombina de Chicago. Éxito y enfermedad se desarrollan parejas y se confabulan también para impedir que desarrolle un trabajo más personal, que culmine algunas de sus obras más imponentes y que lleve a la tela cantidad de bocetos que desarrolló en el tiempo libre de sus compromisos.

En 1897 se instala durante ocho meses en una casa de la calle Ayacucho de Los Teques porque, según los médicos, era muy difícil para el bacilo de Koch (causante de la tuberculosis) sobrevivir en aquel clima fresco y ambiente ligero. Allí, en esa casa de doce metros de frente por setenta de largo, continuó pintando sus telas. Recibió el encargo de La última cena del arzobispo de Caracas, monseñor Críspulo Uzcátegui, cuadro que dejó inconcluso. De este período final son sus cuadros históricos y religiosos: La muerte de Sucre en Berruecos (1895), Miranda en La Carraca (1896), el Descendimiento (1897), La Virgen de las Palomas (1897) y La multiplicación de los panes (1897).

De todos ellos, Miranda en La Carraca es sin duda la más célebre obra de Michelena y uno de los cuadros más emblemáticos de la pintura venezolana de todos los tiempos. El artista era sensible, sobre todo, a la sobriedad y el sosiego, rasgos que están presentes incluso en una obra como Miranda en Carraca, que evoca un episodio angustioso: el encierro de Francisco de Miranda en la tenebrosa cárcel gaditana, de la que el prócer independentista no saldría con vida. Este cuadro le valió a Michelena el premio del concurso convocado en 1896 por el presidente Joaquín Crespo para conmemorar a Miranda. Expuesto ese mismo año en la Casa Amarilla de Caracas, ante él desfilaron miles de venezolanos. Hoy en día es una de las piezas claves de la colección de la Galería de Arte Nacional, y puede afirmarse, sin temor a exagerar, que todos los escolares venezolanos han tenido al menos una vez en su vida este célebre lienzo ante sus ojos.

Arturo Michelena falleció el 29 de julio de 1898 en Caracas, en su casa de La Pastora. Inmediatamente se realizó una exposición individual en homenaje al artista. Cincuenta años después de su muerte, el 29 de julio de 1948, sus restos fueron trasladados del Cementerio General del Sur al Panteón Nacional, y en 1960 el gobierno compró su casa de La Pastora, que fue tres años después convertida en Museo Arturo Michelena. Entre éste y la Galería de Arte Nacional se reparte buena parte de la obra del pintor de escenas tan emblemáticas como diferentes en pretensión: La joven madre (1889) y Vuelvan caras (1890), que se han convertido en fragmentos obligatorios de la iconografía venezolana.

Sin embargo, Michelena también desarrolló otros géneros por los que no es tan conocido, en los que cumplía con los numerosos encargos que recibía de familias venezolanas, que incluyen desde ligeras y decorativas flores colgadas en los salones de algunas casas caraqueñas hasta algunos paisajes, como el marino que realizó para la familia Torres Cárdenas, con atisbos impresionistas. Junto a las obras públicas y oficiales de gran formato, Michelena descansaba la mano en esa serie de pequeños encargos sociales, pues todos querían tener alguna muestra del maestro. En ese final de siglo XIX venezolano, tan alejado de la iconoclasta subversión pictórica de otras latitudes, Michelena se perfiló como el más destacado de sus contemporáneos.

Prensa CAVIM